Reacción anti LGTBI en Hungría: un odio estratégico

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«Y tú, ¿qué opinas? ¿Lo de las personas LGTBI en Hungría es porque somos especialmente homófobos o hay algo más?»

En mayo de 2022, mientras trabajaba en la Conferencia de ILGA Mundo, conocí a un activista de la Háttér Society, la asociación LGTBI más antigua de Hungría. En alguno de los (breves) descansos, conseguí tomarme un café con él y preguntarle sobre un tema que, como quienes me seguís en Twitter sabréis, lleva interesándome ya bastante tiempo: la situación de las personas LGTBI en Hungría. Tras hablarle de mis investigaciones, me hizo la pregunta que abre el artículo. Una pregunta que yo mismo me había planteado ya.

Aunque para quien lea esto en 2022 pueda resultar inverosímil, Hungría no siempre lideró la oleada reaccionaria en el seno de la UE. De hecho, en los años posteriores a su ingreso en la Unión se postulaba como una posible locomotora de los derechos de las personas LGTBI en el centro y este de Europa. Aunque, al igual que en gran parte Europa, la discriminación y la violencia contra las personas LGTBI estaban muy extendidas, lo cierto es que el siglo XXI trajo razones para ser optimistas.

Así, en 2002 el Tribunal Constitucional equiparó la edad de consentimiento sexual para las parejas del mismo o distinto género, y en 2003 se prohibió la discriminación en la sanidad por motivos de identidad. El vibrante activismo húngaro hospedó en 2004 Budapest la conferencia anual de ILGA Europa (la mayor federación de entidades LGTBI europeas), unas jornadas en las que participó la entonces ministra de igualdad Kinga Göncz. En definitiva, parece que había motivos para ser relativamente optimista.

¿Qué se torció para las personas LGTBI en Hungría?

La historia de las personas LGTBI de Hungría en el siglo XXI es indisociable de la historia política y económica del país. La filtración de unos audios en 2006 del entonces primer ministro socialdemócrata en los que admitía haber mentido sobre la situación económica húngara prendió la llama de violentas manifestaciones capitaneadas por Fidesz, el partido liderado por Viktor Orbán. En un contexto de gran crisis económica y de auge de la derecha y de la ultraderecha (representada entonces por un ascendente partido llamado Jobbik), el Orgullo de Budapest, de los más exitosos del centro y este de Europa, sufrió en 2007 uno de los ataques más violentos de su historia. Los años inmediatamente posteriores, que fueron testigos de múltiples ataques a locales de ambiente, eventos y manifestaciones queer, preludiaron los imponentes resultados de Jobbik y, sobre todo, Fidesz en las elecciones de 2010.

Gráfico: Agustín Blanco @agusbb (si no se visualiza correctamente, prueba a acceder desde un ordenador)

Las elecciones de 2010 son el comienzo del desmantelamiento de la joven democracia húngara. Paralelamente, lo es también de la ofensiva del Fidesz contra las personas LGTBI. Una mayoría tan aplastante es un arma peligrosa en manos de un líder con aspiraciones autoritarias. Un arma que el Fidesz no dudó en utilizar. Así, en 2011 Hungría aprobó una nueva Constitución («Ley Fundamental») contando tan sólo con los votos de Fidesz y del Partido Democristiano (una fuerza que, de facto, es apenas un satélite de Fidesz).

Desde entonces, el contexto político y jurídico húngaro evolucionaría hacia una creciente hostilidad institucional contra la diversidad sexual y de género. De forma rutinaria, representantes públicos de Jobbik y Fidesz fomentaban el discurso de odio contra las personas LGTBI (y otros grupos, como migrantes, el pueblo gitano o la comunidad judía), como describe, por ejemplo, un informe de 2015 de la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia. A la vez, sucesivas reformas legales asfixiaron al activismo LGTBI, definieron jurídicamente la familia en términos cada vez más excluyentes (hasta prohibir la adopción por parejas homoparentales) o eliminaron la posibilidad de reconocer legalmente la identidad de las personas trans (vulnerando estándares básicos de derechos humanos).

La Constitución húngara y el nacionalismo anti-queer

Ya en su versión original, la Ley Fundamental tenía aspectos que permitían intuir el camino que había emprendido Hungría. En su artículo L, declaraba la familia como «la base para la supervivencia de la nación», una familia ordenada en torno a «la institución del matrimonio como unión del hombre y la mujer«. Más clara, si cabe, es su redacción actual, fruto de numerosas reformas:

Hungría protegerá la institución del matrimonio como la unión de un hombre y una mujer establecida por decisión voluntaria, y la familia como base de la supervivencia de la nación. Los vínculos familiares se basarán en el matrimonio o en la relación entre padres e hijos. La madre será una mujer y el padre un hombre.

Ley Fundamental de Hungría, Artículo L

En 2020, una nueva reforma añadió al Artículo XVI de la Ley Fundamental, en el que se declara el derecho de la infancia a recibir «la protección y el cuidado necesarios a su desarrollo físico, mental y moral«, una disposición que sería el preludio de lo que estaba por llegar:

Hungría protegerá el derecho de los niños a tener su propia identidad de acuerdo con su sexo al nacer y les garantizará una educación acorde con los valores basados en la identidad constitucional y la cultura cristiana de nuestro país.

Ley Fundamental de Hungría, Artículo XVI

Estas disposiciones de la Constitución de Hungría apuntan a una idea: la construcción y supervivencia de la nación son incompatibles con la diversidad sexual. En «Género y Nación«, la socióloga israelí Nira Yuval-Davis distingue tres dimensiones en torno a las cuales se articulan los nacionalismos: la Volknation o dimensión genealógica, basada en la continuidad genética de un grupo de personas con un origen común; la Kulturnation o dimensión cultural, centrada en el núcleo de costumbres y tradiciones compartidas por el grupo que forma la nación; y la Staatnation o dimensión cívica, en la que la posesión de la ciudadanía separa a quienes forman parte de la nación del resto.

Así, podría entenderse que esa «supervivencia de la nación» sustentada en la familia y la reproducción es un reflejo del ansia por la continuidad genética de Hungría, la Volknation a la que hace referencia Yuval-Davis. Por su parte, esa necesidad de «proteger» a la infancia frente injerencias culturales ajenas a la tradición cristiana y húngara puede interpretarse como una defensa de la Kulturnation, el núcleo de valores que forman la nación húngara. En definitiva, la Ley Fundamental redactada y reformada por el Fidesz esboza una nación húngara en peligro de extinguirse cultural y genéticamente. Las parejas del mismo género o las personas trans, opuestas al ideal de familia productiva y tradicional de la Constitución de Hungría, son señaladas como una amenaza existencial para la nación.

Pero, ¿qué propósito tiene este discurso? ¿Qué persigue el gobierno de Viktor Orbán al demonizar a las personas LGTBI? Para encontrar la respuesta, es necesario ampliar el punto de mira.

Autoritarismos tradicionales vs democracias maricas

Paralelamente a este deterioro en la situación de las personas LGTBI, durante la última década el Fidesz ha estado desmantelando el Estado de derecho y las garantías democráticas en Hungría. El partido de Orbán utiliza sus amplias mayorías para perpetuarlas destruyendo la independencia judicial, la libertad de prensa o la limpieza de las elecciones. Al igual que en Polonia, la agresiva reacción del gobierno húngaro contra las personas LGTBI debe verse como parte de una estrategia para legitimar una agenda autoritaria. Una legitimación que deriva del choque entre dos modelos de Estado: las democracias liberales, con la Unión Europea a la cabeza, y los regímenes autoritarios, como la Rusia de Putin.

El auge de gobiernos con tendencias autoritarias en todo el mundo ha coincidido con una reacción también global contra los derechos de las personas LGTBI. Son conocidas las leyes rusas contra la «propaganda sobre relaciones sexuales no tradicionales», las declaraciones de Bolsonaro a favor de la homofobia o las numerosas medidas de Trump contra los derechos de las personas trans. Es precisamente en ese conflicto entre democracias y autoritarismos donde cobra vida la idea de que que garantizar los derechos de las personas LGTBI implica avanzar hacia la destrucción de la nación.

Viktor Orbán, presidente de Hungría, junto a Santiago Abascal, líder del partido de ultraderecha VOX. Fuente: Wikimedia.

En un interesantísimo trabajo publicado en 2019, los profesores Phillip Ayoub y David Paternotte describen la compleja y potente relación que existe en el imaginario colectivo entre los derechos de las personas LGTBI y la idea de Europa, encarnada especialmente en la UE y el Consejo de Europa. Esta conexión, muy estrecha, deriva del vibrante activismo europeo y de que se trata, probablemente, de la región más segura del mundo para las personas LGTBI, pero también de un esfuerzo consciente de los países europeos por mostrarse ante el mundo como máximos garantes de las personas LGTBI.

¿Simple homofobia o hay algo más?

A su vez, esta asociación entre Europa y la diversidad sexual es instrumentalizada por el autoritarismo. Así, las personas LGTBI son construidas como una amenaza externa, una ideología infiltrada por Occidente para imponer su propio sistema de valores y destruir desde dentro la nación y, con ella, su soberanía. Eso explica políticas como la designación de numerosos activistas como «agentes extranjeros» por las autoridades rusas o la obsesión del gobierno húngaro (y de la ultraderecha europea en general) con «parar» las actividades filantrópicas de George Soros.

De esta forma, los ataques a las personas LGTBI dejan de ser un problema de derechos humanos para convertirse en una cuestión de supervivencia nacional, de ser una ofensiva contra una minoría a una labor puramente de autodefensa frente a las élites de Europa occidental. Un discurso populista del «Nosotros», la nación, contra el «Ellos», Europa occidental y sus ideas decadentes. Esta estrategia de demonización de las personas LGTBI (y otros colectivos) que no es única -ni original- de Hungría, y debería formar parte de reflexiones aparentemente no relacionadas como la destrucción del Estado de derecho o la invasión rusa de Ucrania.

Esta era una idea en la que coincidíamos el activista húngaro y yo: sí, hay algo más.

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Curro Peña Díaz
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He/Él. Consultor en Derechos Humanos. Doctor en Derecho por las Universidades de Málaga (España) y Milán (Italia). Ex-becario de doctrina del Tribunal Constitucional de España (opiniones personales) y, ahora, consultor en el equipo de investigación de ILGA World. Ha trabajado en proyectos de ONGs y de instituciones como el Ministerio de Igualdad español o el Consejo de Europa.

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